Cuando cogimos el bus a las seis y media albergaba pocas esperanzas de poder acceder a la sala donde Eduardo Mendoza iba a conferenciar, pero que el viaje hasta Castelló durara cincuenta minutos (a una media de 9,6 kilómetros por hora) me acabó de desesperar. No podríamos entrar por llegar tarde y por falta de espacio.
Pero quiso la diosa fortuna mostrarse favorable y nuestra llegada a marchas forzadas coincidió con la del escritor que tranquilo y con lento paso se disponía a entrar en el edificio de Bancaixa. Le tuvimos a menos de un metro y nos convertimos en su comitiva hasta que me di cuenta de que su acceso a la sala y el nuestro no eran por la misma puerta.
De nuevo a la carrera salimos a la calle para buscar la entrada correcta y al entrar vimos la sala llena pero con unos pocos asientos vacios en la parte con menor visibilidad del escenario. Como lo importante era oír, nos dimos por más que satisfechas.
No fue una conferencia sino una conversación y nos hizo partícipes de algunas confidencias, como, por ejemplo, que le empieza a preocupar que se le defina como escritor prolífico -adjetivo que le parece consecuencia no de su extensa obra sino de su ya avanzada edad-.
Definió su estilo al escribir como "turismo lingüístico" y alabó las virtudes del ejercicio de la traducción, trabajo al que ha dedicado gran parte de su vida y que le parece muy útil a la hora de elegir los términos precisos para narrar.
Pero lo más interesante fue escucharle hablar de su pasión por Grecia y Roma. Se reconoce amante de la historia y lector de la mayor parte de los escritores clásicos, de los que destacó por su predilección a Tito Livio, Tácito y Cornelio Nepote.
Además nos reveló que está encantado con "El asombroso viaje de Pomponio Flato" porque le parece una historia muy original y con la que se divirtió al escribirla. También nos confesó que las terribles imprecisiones (cuando no fabulaciones) históricas del "Código da Vinci" le incentivaron a esta aventura detectivesca en la que se atreve a convertir a la Sagrada Familia en los protagonistas.
La osadía de ir a la capital de la Plana en transporte público y a hora punta ha tenido su recompensa y nuestra admiración hacia Eduardo Mendoza es mayor después de disfrutar de su oratoria y descubrir su debilidad por la antigüedad clásica.
1 comentario:
Fuisteis a ver a Mendoza realizando una Odisea por el proceloso e ignoto mundo del orbe autobusil.
Eso era lo que tocaba dado el amor profundo que este escritor siente por la Antigüedad Clásica. Je, je.
La verdad, ¡envidia cochina que os tengo!
No pude ir: mientras vosotras disfrutabais de las palabras de un hombre magnifica (y lo digo en todos los sentidos), yo estaba echándole un vistazo a su último libro en Babel, mientras esperaba al protoviolonchelista que me ha caído en suertes.
Entre dos hombres interesantes en mi vida tuve que elegir al segundo porque es mío. Porca miseria!
Me pasa con Mendoza lo que con Cervantes o García Márquez: degusto con pasión su prosa excelente, su bien ponderado sentido del relato y su maestría suprema para la narración de todo aquello que se pueda contar.
Mendoza fue el regalo de despedida que Lucía y yo les hicimos a nuestras profesoras alemanas de intercambio; considerábamos que era necesario no sólo que ellas lo comocieran, sino que pudieran compartirlo con sus alumnos. La verdad sobre el caso Savolta y El misterio de la cripta embrujada, se llevaron. Los demás títulos estaban agotados.
Habéis tenido una suerte infinita y me alegro mucho de que alguien cercano me haya podido contar, en primera persona, una experiencia que yo hubiera disfrutado del mismo modo.
Ha sido un poema verte la cara de satisfacción esta mañana en el instituto cuando me lo contabas.
Ciao
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