sábado, marzo 26, 2011

DOS MESES, VEINTICINCO AÑOS

Dentro de dos meses, los días 27 y 28 de mayo están programados una serie de actos en la Universidad de Salamanca para celebrar las bodas de plata de la promoción que acabamos allí nuestros estudios universitarios.
El insaciable Cronos ha devorado casi sin darnos cuenta los veinticinco años que nos separan de aquel 1986 en el que acabamos nuestro periplo en Salamanca.
El tiempo pasado no ha conseguido, sin embargo, borrar el dulce recuerdo de los (en mi caso) solo dos años vividos allí. El indoeuropeo me llevó allí. Era una asignatura que no se impartía en Valencia y que me sirvió de pasaporte para cambiar de universidad en cuarto. Tuve la enorme suerte de que el mismo pretexto (el ie.) me permitiera conocer a uno de los mejores profesores que he tenido: Francisco Villar Liébana, una delicia de persona y un magnífico profesional.
Apenas conservo veinte fotos de recuerdo de mi paso por las tierras charras, pero algunos momentos y algunas vivencias se han incorporado a mi historia de forma imborrables. Como los profesores de latín, tan diferentes: Ricardo Castresana, un anciano enamorado de los textos plautinos que se reía al traducir como si acabara de descubrir una situación cómica en La Aulularia; Carmen Codoñer, la más temida, una valenciana afincada tan lejos de sus orígenes y con un talante de exigencia y estudio que no he encontrado en nadie más. Con ella nos enfrentamos al historiador Tácito, otro hueso difícil de roer. Gracias a ella y por casualidades de la vida, aparecimos en un programa de televisión en el que la emérita profesora era la protagonista. Recuerdo que fue un viernes por la tarde a última hora cuando vimos las cámaras por el departamento y como apenas quedaban alumnos, nos pidió que nos quedáramos para que hicieran una grabación. Fue muy divertido y a los pocos meses nos pudimos ver por la segunda cadena.
De casi todos los profesores que me dieron clase en Salamanca tengo un recuerdo de admiración. En su mayoría se notaba que sentían pasión por lo que hacían. De las contadas excepciones no recuerdo ni el nombre.
Volver a Salamanca para rememorar aquel final de carrera resulta emocionante y nostálgico a la vez. Espero que el aforismo latino: Tempora mutantur et nos mutamur in illis (los tiempos cambian y nosotros cambiamos con ellos) no impidan reconocer y ser reconocida por antiguos compañeros y amigos con los que compartí en su día un trocito de mis mejores años de juventud.
Faltan dos meses, empieza la cuenta atrás.

5 comentarios:

bías dijo...

Què joveneta estàs i què distinta en eixa foto!

Això sí que és tindre pedigree (o pedigrí): estudiar a Salamanca i, a més, indoeuropeu.

Ja que parles d'aforismes, en el teu cas podem canviar el conegut Quod natura non dat, Salmantica non praestat per Quod natura dat, Salmantica in melius mutat.

Enhorabona per les Noces d'Argent!

Ad multos annos.

merleta dijo...

Moltes gràcies. Ha plogut molt des d´eixa foto. La veritat és que m´agrada molt perquè com dius estava molt jove i a més al fons es veuen alguns edificis típics. Tinc molt bon record del meu pas per la estimada Salamanca. Tempus fugit!

Mariló dijo...

Feliciter, cara amica!!!

merleta dijo...

Gratias tibi ago, cara Mariló.

Cristóbal dijo...

M'agrada molt la foto que acabes de penjar i et recorde en aquella època... però sobretot recorde que rebia cartes on en relataves el dia a dia en aquella meravellosa ciutat (ja saps). L'he visitada un parell de vegades i sempre t'he imaginat pel seus carrers... Què t'ho passes d'allò més bé!